ESCAPADA A TRUJILLO, CÁCERES.(I)

No había hecho más que traspasar los muros de una ciudad que vieron crecer los moros en España y que más tarde se convirtió "en un viejo barco de madera anclado sobre unas lomas de roca", cuando la noble ciudad de Trujillo, extremeña hasta el roquedal, urbe de porte sombría y grandes iglesias, me revelo la dualidad de un lugar que lucha entre salir de las nieblas de su lejana ubicación o mantenerse fiel a sus orígenes de recios conquistadores, monjas de clausura y curas de sotana. Entr desde La Cuesta de la Sangre, un  callejón empinado a los pies del Castillo con un nombre que, precisamente, no trae buenos recuerdos. Una foto que lo dice todo.

Más abajo, con  la puerta abierta de par en para para recibir a los fieles,  el Convento de la Concepción de las monjas  Jerónimas, recobra su vida tras 75 años de abandono. Las monjas han vuelto a su vieja casa, que se construyó en el siglo XV, recuperándola para la meditación y el culto. El estilo mudéjar  de su torre, engaña a su interior sobrio y poco recargado. Las monjas nos miran curiosas. Tres señoras mayores se arrodillan unas y sentadas las otras, miran con pena al crucificado. Imagino que pidiendo por los suyos.  En los bancos de la entrada una pareja, jóvenes turistas que rompen la mística con su mirada curiosa y sus cámaras de fotos que les traicionan. Observan un interior sencillo y una estampa que ya no estamos acostumbrados a ver en las ciudades, como queriendo saber que piden aquellas señoras al Crucificado y que reclaman las monjas unas cantando y la madre superiora encendiedo cirios. Imágenes de una España tópica. 

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